Diario de Mujeres Amenazadas



Éste es el estremecedor diario, contado en primera persona, de dos mujeres maltratadas por sus parejas. Han vivido el horror e intentan escapar de la espiral de crueldades que las han atrapado. Pero las dos siguen amenazadas por ‘Ellos’. En lo que va de año han muerto en España más de veinticinco mujeres por la violencia machista. Estas páginas reconstruyen la pesadilla minuto a minuto.

Martes 15 de abril de 2008

A las siete de la mañana tengo que dar los pasos más difíciles del día. Sólo son veinte metros. Separan mi coche del ascensor de esta segunda planta subterránea. El eco de mis pisadas retumba en las paredes. Nunca coincido con nadie a estas horas. Y esa soledad me aterroriza. Me hace temer que Él pueda aparecer y hacer conmigo lo que quiera. Maldito garaje.

Esta mañana no estoy sola. Me acompaña un periodista. Sólo podrá decir que me llamo A., tengo 39 años y soy española. Ha venido a buscarme a la puerta de casa de mis padres, a las afueras de esta ciudad donde vivo desde pequeña. Mis dos hijos, una niña de ocho años y otro de seis, y yo estamos ahora con ellos. Soy coqueta y me gusta llevar siempre un toque de maquillaje. Hoy visto una cazadora de cuero marrón, pantalones vaqueros de color blanco, una blusa y unos zapatos negros. Cada día, sábados y domingos incluidos, me desplazo a las seis y media de la madrugada hasta el centro para mantener un negocio de venta de periódicos, revistas y objetos de papelería. El periodista sube conmigo al coche. Me acompañará durante todo el día. Después de aparcar, subo junto a él las dos plantas subterráneas en ascensor con la respiración entrecortada. Definitivamente, no me gusta estar aquí dentro. Vuelvo a respirar cuando alcanzo la calle.

Ya no estoy sola. Los madrugadores deambulan por este barrio céntrico. María es la portera del edificio contiguo a la tienda y conoce toda mi historia. Su marido, el portero consorte, ya tiene todo preparado cuando llego. Las montañas de periódicos flanquean la entrada, delante del panel de revistas colgadas con pinzas. Le pago un dinerito a la semana por abrir y cerrar el negocio. Porque el miedo no sólo aparece en el parking. También llega al avistar la matrícula de un coche o la marca de una moto. Conduzco fijándome en los que se ponen a mi lado. Nunca espero al borde de la acera para cruzar un paso de cebra. Temo que Él pueda aparecer por detrás y me empuje contra un coche. Camino por la calle mirando a la cara de la gente. Siempre estoy alerta. Siempre. Conocer la cara de mi amenaza puede ser una ventaja a la hora de localizarlo. Pero todavía soporto la cruz de no poder quitármelo de la cabeza.

Diario de D.Jueves 17 de abril de 2008

Cuando me asomaba por esta ventana de la casa de acogida y miraba los trenes que paraban en la estación de enfrente solía pensar: “¿Cuándo llegará el mío?”. Fueron muchas noches sin dormir, alimentando las ojeras. Pero tengo buenos recuerdos de mi estancia aquí. Pude olvidar durante una temporada el horror que aún me provocan las esquinas, el pánico a que Él aparezca al otro lado de la calle. El miedo lo destruye todo. Te anula. Te paraliza. La habitación está ocupada hoy por otra mujer que ha empapelado las paredes con fotos de sus hijos. Pero al asomarme de nuevo por una de las ventanas del que fue mi cuarto y el de mi hija durante seis meses, al contemplar una vez más la vía del tren y las montañas de pinos calados por la lluvia no puedo evitar las lágrimas delante del periodista. He vuelto con él para que conozca cómo ha sido mi vida hasta hace poco. Dirá que me llamo D., tengo 36 años, soy rumana y vivo en una ciudad española desde hace casi tres años. En todo ese tiempo he aprendido a defenderme con el idioma. Cristina, una de los siete trabajadores sociales de la casa, me abraza al verme llorar. Lo necesito. Como ella dice, es lo primero que echamos en falta las mujeres maltratadas por nuestras parejas cuando llegamos a este lugar. Pero Cristina, la directora, también recuerda que ésta es una estación de paso. Llegado el momento, tenemos que seguir solas nuestro camino.

Yo lo intento desde el 7 de enero de este año. Aquel día volví a casa de mi hermana, en el centro de la ciudad. A partir de entonces tuve que doblar la medicación para los nervios y la ansiedad. Diazepam, Citalopram, una pastilla tras otra. A veces pierdo el hilo de las conversaciones cuando estoy bajo sus efectos. Mi vida transcurre entre visitas al centro de salud para recoger el cóctel de tranquilizantes y barbitúricos y las consultas de psicólogos que atienden también a mi hija. Tiene tres años y todavía no habla. Los médicos no descartan una posible relación con la violencia que ha presenciado.

La primera vez que me pegóDiario de A.Jueves 10 de julio de 2003

Llegó a casa a las cuatro de la madrugada. Hacía tiempo que ya no me decía dónde iba ni lo que hacía. Dijo cosas sin sentido e intentó despertarme. Yo tenía que levantarme en un par de horas para abrir la tienda. Déjame dormir, por favor. Ni caso. Déjame en paz. Me mordió en una mano con toda su rabia. Al principio pareció una reacción infantil. Pero me dejó los dientes marcados. No entendía nada. Me dio un cabezazo y empecé a preocuparme seriamente. Él se marchó a la cocina y pude escucharle rebuscando en el cajón de los cuchillos. Salí corriendo a la terraza, pensando que no sería capaz de hacerme nada al aire libre. Si se atrevía a venir, gritaría con todas mis fuerzas. Me amenazó de muerte.

Desperté a los niños a las seis de la mañana y me los llevé a casa de mis padres. Les conté todo nada más llegar. Ellos me dijeron que debía denunciarle ese mismo día e ir al médico para solicitar un parte de lesiones. Fui al médico, denuncié y empezó otro calvario de tres meses, hasta que me concedieron la orden de alejamiento. Hasta entonces, los niños y yo nos quedamos en casa de mis padres.

Poco después se presentó en la papelería y volvió a agredirme. Me agarró por el cuello y dijo que me mataría. Estaba rabioso por la denuncia. “Me lo has quitado todo”. Igual pensó que yo volvería. Estaba equivocado.


Diario Integro en su fuente original de "El País" Por Montserrat Comas d’Argemir es magistrada, vocal del Consejo General del Poder Judicial y presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género.

http://www.elpais.com/articulo/portada/Diario/mujeres/amenazadas/elpepusoceps/20080511elpepspor_6/Tes

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